martes, 21 de febrero de 2012

CARTA A LOS ROMANOS. LA ESPERANZA DE LA GLORIA. 8,18-30.

18Sostengo además que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros.
           19De hecho, la humanidad otea impaciente aguardando a que se revele lo que es ser hijo de Dios; 20porque, aun sometida al fracaso (no por su gusto, sino por aquel que la sometió), esta misma humanidad abriga una esperanza: 21que se verá liberada de la esclavitud a la decadencia, para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios.
          22Sabemos bien que hasta el presente la humanidad entera sigue lanzando un gemido universal con los dolores de su parto. 23Más aún: incluso nosotros, que poseemos el Espíritu como primicia, gemimos en lo íntimo a la espera de la plena condición de hijos, del rescate de nuestro ser, 24pues con esta esperanza nos salvaron. Ahora bien, esperanza de lo que se ve ya no es esperanza; ¿quién espera lo que ya ve? 25En cambio, si esperamos algo que no vemos, necesitamos constancia para aguardar.
          26Pero, además, precisamente el Espíritu acude en auxilio de nuestra debilidad: nosotros no sabemos a ciencia cierta lo que debemos pedir, pero el Espíritu en persona intercede por nosotros con gemidos sin palabras; 27y aquel que escruta el corazón conoce la intención del Espíritu, porque éste intercede por los consagrados como Dios quiere.
          28Sabemos también que, con los que aman a Dios, con los que él ha llamado siguiendo su propósito, él coopera en todo para su bien. 29Porque Dios los eligió primero, destinándolos dese entonces a que reprodujeran los rasgos de su Hijo, de modo que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos; 30y a esos que había destinado, los llamó; a esos que llamó los rehabilitó, y a esos que rehabilitó les comunicó la gloria.

EXPLICACIÓN.

18-30. Precisa Pablo lo dicho en 8,17: no hay comparación entre sufrimientos y gloria (18). La humanidad, mejor que "la creación", según el contexto y el uso de Pablo (cf. 2 Cor 5,17; Gál 6,15; también Mc 16,15); se trata de la humanidad en general, por oposición a los que tienen el Espíritu, la misma humanidad corrompida descrita en caps. 1-3. El que la sometió (20), Dios, formulación religiosa de las consecuencias del pecado. Pero la humanidad sabe que la sanción es transitoria. La libertad no es sólo liberación del pecado, sino participación de la gloria divina (19-21).
          Los cristianos conocen el sentido de la historia: un parto difícil. Y saben formular la esperanza: la filiación plena, la liberación de la persona (22-25). La espera es activa (oración), no pasiva. En un mundo confuso, los cristianos no siempre ven claro lo que conduce al reino de Dios; el Espíritu, sí (26-27). Cooperación de Dios con los cristianos incluso en circunstancias hostiles. No es que la calamidad sea de algún modo buena, sino que nada puede separar al cristiano del amor que Dios le tiene (cf. 8,35). La salvación es actual y consiste en reproducir los rasgos del hijo de Dios (cf. 8,17) (29-30).         

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