Nadie pone en duda la
autenticidad de la carta a los Romanos. Sólo el capítulo 16, en que Pablo
saluda a miembros de la Iglesia de Roma, se considera a veces como más
pertinente a Éfeso que a Roma, comunidad que él no conocía. Los argumentos en
favor de la inautenticidad no son convincentes, pues a Roma afluían multitud de
habitantes del Imperio y no es improbable que algunos conocidos de Pablo en sus
largos años de actividad en Oriente se hubieran establecido allí. La
probabilidad aumenta si se admite la hipótesis de que en 16,3-15 Pablo saluda a
cristianos extranjeros que formaban iglesias domésticas: en 16,3-13, a los que
se reunían en casa de Prisca y Áquila; en 16,14, al grupo formado alrededor de
los cinco que se nombran; en 16,15, a los que acudían a casa de Filólogo y
Julia.
Otro problema crítico
plantean los vv. 17-20, por su tono polémico que nunca aparece en el cuerpo de
la carta. No tiene nada de particular, sin embargo, que Pablo, tomando él mismo
la pluma, como solía hacer (Gál 6,11; Col 4,18; 2 Tes 3,17); advierta a los
romanos de ciertos peligros de que él tenía larga experiencia. El paralelismo
entre dos pasajes: su fidelidad al evangelio (16,19) y la fama de su fe (1,8),
hace difícil negar la autenticidad del primero.
La doxología final
(16,25-27), en cambio, que aparece en los manuscritos en diversos lugares de la
carta, sobre todo al fin del capítulo 14, no parece paulina. Ni el vocabulario
(Dios sabio) su alusión a escritos proféticos contemporáneos permiten atribuirla a Pablo. Refleja más bien las
circunstancias de Efesios o de la primera de Pedro.
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