Tema central de la
carta es la acción de Dios por medio de Jesús Mesías para salvar a la humanidad
entera (11,32), destrozada por el pecado (1,18-3,20). La salvación tiene, por
decirlo así dos momentos: una rehabilitación o amnistía inicial, cuya única
condición es la fe en Jesucristo, manifestación suprema del amor de Dios al
hombre (1,16-17; 3,21-26; 5,6-8), y, en consecuencia, un cambio en lo íntimo
del hombre, efectuado por el Espíritu de Dios, que acaba con el dominio del
pecado y permite una vida nueva (8,1-3.12-17). Así se abre el horizonte de la
vida definitiva, asegurada por la intervención última de Dios que pondrá fin a
la historia y que satisfará toda aspiración humana (8,18-25).
Para describir la
misma realidad, al lado de los términos jurídicos "rehabilitación",
"amnistía", "indulto" (todos traducción del término griego
dikaiosyne), usa Pablo otra serie: "reconciliación",
"adopción", "herencia", inspirados en la relación
padre-hijo entre Dios y el hombre (5,10; 8,15-17).
El tema central se
desarrolla desde puntos de vista convergentes. Insiste al máximo en la
gratuidad de la rehabilitación y de la salvación (3,24; 6,23; 8,3), y con el
ejemplo de Abrahán muestra ya que el Antiguo Testamento hacía de la fe el
requisito para la aprobación divina (4,1-5), eliminando toda moral legalista y
toda perfección basada en la observancia de un código (3,27-28; 4,13-15).
Explica el modo de
salvación por una nueva solidaridad del hombre con el Mesías, el nuevo Adán,
principio de la humanidad nueva (5,12-21), y deduce las exigencias morales que
implica esa solidaridad (6,1-23).
Siguiendo a Jesús,
declara que la Ley entera se condensa en el precepto de amar al prójimo como a
sí mismo (13,8-10), única norma moral para el cristiano, que deberá aplicar
según la situación, distinguiendo por sí mismo lo que es voluntad de Dios en
cada ocasión concreta (12,2). Era una moral adulta; demasiado fuerte para
algunos, que tenían la fe débil (14,1). La libertad del cristiano respecto a la
Ley se limita a sí misma por el sentido de responsabilidad (amor al prójimo)
(14-15).
La continuidad entre
el Antiguo y el Nuevo Testamento le obliga a intercalar una explicación de la
defección de Israel, pueblo elegido, depositario de las promesas que, sin
embargo, no ha aceptado el Mesías, quedando fuera de la salvación (9-11).
El estilo es
riguroso, muchas veces lapidario, no pocas elíptico. Utilizando el método de la
diatriba, crea un interlocutor ficticio, siempre un supuesto judío cristiano,
que objeta o pide aclaraciones (2,1-2.17; 3,1.5.7.9.31; 4,1; 6.1.15;
7,7.12-13ª; 9,19-20).
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